Hace tiempo un grupo de matrimonios jóvenes le regaló a sus tutores este dado inicial. Por darle algún significado quisieron ver en la escultura la unión indisoluble entre ambos.
24 años después, mientras manipulaba una copia, apareció por el taller «la tutora» ya viuda. Se la enseñé con trampa: «¡Anda, es como la mía!».
Y luego…
Se sorprendió, la tocó, pero no dijo nada.
No sé ella. Yo sentí la «presión» del hueco. También su liviandad.
A una mujer a la que se le muere el marido de le llama viuda (y su equivalente en hombre). A un niño/niña que pierde a sus padres se le llama huérfano/a. Me quedé pensando en cuál es la palabra para nombrar a una madre/padre que pierde a un hijo/a. O a dos. ¿Habrá palabra para quien sobrevive a ese dolor?
Me dicen que HUÉRFILA, HUÉRFILO. No sé si cabe ahí (aunque el vacío es grande).
43 años después el mío bascula entre presencias y ausencias.
Hoy he sentido que algo me unía a esta pieza tan sencilla y tan pulida. Sólo sabía su nombre: «Ausencias que son presencias».
Ahora sé toda la VIDA que lleva dentro, todas esas presencias. Pero también toda la VIDA que nos hubiera gustado siguiera llevando, ese hueco ausente de materia que tenemos que llenar. Sin poder tocarla, sin poder sentirla en nuestras manos, pero sí en nuestro interior; la presencia, su presencia.
Gracias Martín por reflejar algo tan intangible como la presencia de las ausencias en la VIDA en general, y en mi vida en particular.
Muchas gracias por compartir, Yolanda.
Otro abrazo